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El rey Carlos III ordenó la búsqueda del lugar más apropiado para el emplazamiento de la Real Aduana, y se consideró como el más idóneo el espacio ocupado en la calle de Alcalá por las Caballerizas de la Reina, que por su lado izquierdo colindaban con el palacio de don Juan de Goyeneche, más tarde sede de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y por el lado derecho con el palacio del Marqués de Torrecilla, con una bella portada barroca y hoy también integrado al Ministerio de Hacienda.

El marco era perfecto, aun cuando quizás la construcción hubiese ganado en majestuosidad si hubiese quedado totalmente aislada de casas contiguas.

Fue necesario adquirir hasta dieciséis casas colindantes para ampliar el solar y ese mismo año de 1761 se comenzó el derribo y una vez escombrado y limpio el terreno, se dio comienzo a las obras, sobre una amplia superficie de 80.987 pies, sin conocerse con exactitud la fecha.

Decidido el emplazamiento, el rey encargó a Don Francisco Sabatini la confección de los planos, que se terminaron en el mes de mayo de 1761. Sabatini, con fecha 13 de mayo, redactó las "Condiciones y Methodo para ejecutar por asiento la Real Obra de Aduana, Directorio de Tabacos y Rentas Generales y Provinciales".

El 28 de mayo, se fijaron los edictos en los lugares públicos de costumbre, en ellos se citaba a los arquitectos y "maniobreros" para que se pasaran por la antigua Aduana a recoger los pliegos de condiciones e hiciesen por escrito, las proposiciones para ser examinadas. Finalizado el plazo sin que se hubieran presentado licitadores, se prorogo este doce días más.

Examinados los pliegos por el arquitecto Sabatini y para mayor brevedad, la subasta oral se celebró en el palacio del marqués de Esquilache, sito en la llamada "Casa de las Siete Chimeneas", el 18 de julio de 1761.

Quedaron como licitadores únicos Don Pedro Lázaro y Don Carlos Bernasconi, finalmente la obra le fue adjudicada a Don Pedro Lázaro, quien se vio obligado para conseguirlo a rebajar un 11 por ciento sobre su oferta anterior, en la que previamente había rebajado ya un 14 por ciento.

Su propuesta fue firmada por el rey mediante Orden fechada en el Buen Retiro en 29 de julio de 1761, y al día siguiente otorgó escritura de Asentista de la obra con la fianza de un millón de reales, ante Don Bernardo Ruiz del Burgo, escribano de la Superintendencia General de la Real Hacienda.

Comenzaron a plantarse las estacas, tirar las cuerdas y hacerse las zanjas, entonces se presentó el primer problema y es que a medida que se iban haciendo las zanjas, salía agua cada vez en mayor abundancia, como consecuencia de ello, Sabatini modificó el proyecto inicial de la obra añadiendo un segundo sótano de once pies de altura, que asegurase la sequedad del primero.

Estaba estipulado que para la construcción del edificio se empleasen dos tipos de ladrillo, uno fino de la Ribera o de Toledo, y otro de la marca de Madrid, para cuya fabricación se autorizó al asentista a instalar unos hornos en las proximidades de la ermita de San Blas.

Entrado el año 1764 la obra iba avanzando y ya se perfilaba parte de la fachada. Para la cantería se empleo piedra de la sierra de Guadarrama, y respecto al hierro, se trajo ya labrado desde Vizcaya, por lo que se dio orden al gobernador de las Aduanas de Vitoria y al Intendente de Burgos para que dejase paso franco a las 180 carretas de Lázaro.

En el verano de 1767, ya se había terminado la construcción de todo el piso principal y parte del segundo, cuyas bóvedas se estaban cubriendo. Fue en esta época cuando se decidió traer las piezas de mármol necesarias para las esculturas y adornos de la puerta principal. Para ello se enviaron instrucciones al marqués de Camarena, comandante general de distrito de Badajoz para que ajustase, en las canteras de mármol del pueblo portugués de Borba, la compra de seis piezas, que pesaron 1.120 arrobas y se trajeron a la Corte por el precio de 21 reales arroba. Llegaron a Madrid en el verano de 1768.

A principios de 1768 se empezó el acopio de maderas para los tejados, puertas y ventanas y se iba a proceder al labrado de herrajes, al blanqueo de los despachos y habitaciones y al solado de los mismos. Se produjo un nuevo incidente pues Lázaro volvió a reclamar ya que se había alterado la elevación del edificio, aumentándole diez pies más hasta la cornisa principal. A estas quejas contestó Sabatini diciendo que de lo que se había variado dio cuenta a los señores de la Junta, por cuanto estas variaciones se le pagarían según justa tasación.

A comienzos del verano de 1769 era ya preciso poner los vidrios y cristales tanto en los balcones como en los patios, por lo que se remitieron plantillas a la Real Fábrica de San Ildefonso, que construyó 2.032 de varias clases y dimensiones. Así mismo se procedió al empedrado de los patios y a la colocación de las rejas que comunican los patios entre sí, pesando la mayor de ellas 3.355 libras.

Según los deseos del ministro Múzquiz, se trató de dotar al edificio de un reloj bueno y seguro, pero sin lujos, para ello, Sabatini se dirigió al relojero don Diego Rostriaga que antes había construido el reloj del Colegio de Nobles, los del Palacio y las Salesas. El 25 de enero de 1769, Rostriaga se comprometió a construirlo al precio de 24.000 reales, sin las campanas y los gastos de colocación, y el 25 de octubre de ese mismo año, el reloj estaba terminado. Las campanas las construyó el fundidor Pedro Güemes, pesando la mayor 41 arrobas y 17 libras, y la menor 22 arrobas, siendo su precio, a razón de ocho reales la libra, de 12.736 reales. Los remates de piñas que lo adornan están hechos de piedra blanca de Colmenar de la Oreja; la esfera de mármol de Badajoz, y su centro de mármol azul, de Robledo de Chavela. Se encuentra en la parte superior del patio grande orientado hacia su interior.

A mediados de 1769 ya estaba próxima la conclusión del edificio faltando solamente la "obra menuda que precede siempre a la terminación de un edificio antes de que se acuerde ser habitado". (Según Damián Menéndez Rayón).

Entre otras cosas, faltaba una inscripción que explicase su naturaleza y destino. Debajo del balcón principal del edificio y sobre los arcos adintelados de las puertas laterales, se habían dejado dos huecos para dichas inscripciones que debían de ser en latín y en español.

La versión latina, situada en el lateral izquierdo reza como sigue:

 

AEDES PUBLICAE
IUSSU ET SUMPTIBUS
CAROLI III
EXPORTANDIS MERCIBUS EXTRUCTAE
ANNO MDCCLXIX


Figurando en el lado opuesto su versión en español, que dice:

CASA REAL DE ADUANA
MANDADA CONSTRUIR
POR EL REY N.S.
CARLOS III
Y CONCLUIDA EN EL AÑO DE 1769

 

El cuatro de diciembre de 1769, el asentista Lázaro entregó la llave de la puerta que daba a la calle Angosta de San Bernardo (hoy calle de la Aduana). El 16 de marzo del año siguiente dirige a los superintendentes una exposición razonada en la que alega los méritos realizados durante la obra y las cesiones de material de todas clases hechas por él a favor del Erario, por todo lo cual no ambiciona más que un destino para su yerno, según le había prometido en varias ocasiones el marqués de Esquilache.

Sabatini dio las ordenes oportunas para el reconocimiento del edificio y hallando terminado todo lo que afectaba al asentista, comunicó a los componentes de la Junta que podían liberar a Lázaro del compromiso que contrajo el 28 de julio de 1761. Los superintendentes, visto lo anterior, elevaron un informe al ministro Muzquiz en el que solicitaban su aprobación para cancelar la fianza que éste tenía presentada. Visto el informe, el ministro de Hacienda resolvió el 31 de marzo de 1770 la cancelación de la escritura de fianza, lo que ocurrió el 16 de abril del mismo año.

Más adelante, por orden de 30 de julio de 1772 y por los méritos contraídos durante la construcción del edificio, el Rey ordenó la entrega de veinte mil reales de vellón a los superintendentes de la obra, Conde de Torrecuéllar y don Lorenzo de Mena, así como diez mil reales a don Matías Arozarena.

Se tardó algún tiempo en la distribución de despachos y en el tabicado de las distintas oficinas que iban a ocupar tan extenso local. Primero se instaló la Dirección General de Rentas, luego la Contaduría y Tesorería de Expolios y Vacantes y Medias Annatas Eclesiásticas, la Unica Contribución, las Tesorerías y Contadurías de Cruzada y Papel Sellado, y finalmente, las Oficinas de Loterías. Por último, se determinó la mudanza de la Aduana vieja, sita en la plazuela de la Leña y a tal efecto se fijó en las esquinas un cartel avisando al público que el 1º de marzo de 1773 se haría el traslado del antiguo al nuevo local.



La importante reforma llevada a cabo por el ministro Mon, hizo aumentar considerablemente el trabajo de la administración de Hacienda, necesitándose mayor espacio. Según precisaba Fernández de los Ríos en 1876, se instalaron allí: "La Dirección General de la Deuda Pública, que tiene a su cargo todos los ramos que constituyen la Deuda, tanto en su parte de liquidación como de emisión de valores; la Dirección General de Aduanas, que se rige por Decreto de 17 de enero de 1871 y la Dirección General de Propiedades y Derechos del Estado, creada en 1855 para llevar a efecto la desamortización.

Madoz, en su diccionario precisa que la secretaría del Ministerio de Hacienda quedó definitivamente establecida en la antigua Aduana el 21 de diciembre de 1845.

Años después, en 1867 siendo ministro don Manuel García Barzanallana, se ordenó la realización de varias reformas en el edificio, destacando entre ellas, la restauración de la fachada para devolverle su aspecto original, incomprensiblemente desfigurada por un revoco que ocultaba el ladrillo visto. Posteriormente, entre 1868 y 1869, el ministro don Laureano Figuerola, ordenó la decoración de algunos salones del edificio, destacando el enlosado de mármoles de colores en el actual Salón Carlos III, que se corresponde con el balcón principal de la fachada.

En los años finales del pasado siglo, correspondiéndose con los ministerios de los señores Navarro Reverter y López Puigcerver, se completó la decoración de las principales salas, en particular la Sala de Juntas de la Subsecretaría, hoy Sala Goya, en la que fueron decoradas las paredes con maderas nobles en las que aparecen embutidas pinturas imitando tapices, con escenas que aluden a las funciones del Ministerio de Hacienda. La bóveda está decorada con un lienzo pegado al techo y firmado por Juan Comba, en el que se representan dibujos alegóricos de las regiones de España.

El continuo crecimiento de las actividades administrativas obligó a sucesivas modificaciones, solucionándose el problema de forma parcial, mediante la elevación de dos plantas sobre parte de la antigua obra de Sabatini, retranqueadas de tal manera que no se vean desde el exterior.

Por último, a guisa de anécdota, recordar que la Aduana contribuyó, como las demás edificaciones de la Villa, a sufragar los gastos de la "nueva iluminación de las calles de esta corte" que, como consecuencia de los afanes de Carlos III por hacer de Madrid una ciudad a nivel de las capitales europeas, fue inaugurada en el mes de octubre de 1770, casi al tiempo de ser concluida la Real Casa de Aduana. Según consta en el Archivo Central del Ministerio, don Manuel Muñoz de Pando, Recaudador y Tesorero de la Iluminación de las Calles de Madrid, recibió doscientos cincuenta y ocho reales y doce maravedíes de vellón, cantidad que había de satisfacer la Aduana, enclavada en la manzana 290 de la Corte.

Tres famosos escritores describieron el edificio de la nueva Aduana.
El abate valenciano Antonio Ponz en su "Viaje de España" (1793), se lamenta que un edificio tan grande "no tenga fachada a Oriente ni Poniente y sólo se descubran las de Mediodía y Norte que son las más angostas", aunque más adelante dice que "aquel sitio es uno de los mejores de Madrid". Refiriéndose a la fachada, dice Ponz, "se asienta sobre un zócalo almohadillado de piedra berroqueña hasta el piso principal. Tiene cinco puertas, una central con dos laterales y otras dos a los costados. Sobre las tres primeras hay un gran balcón de piedra sostenido por ménsulas que rematan en cabezas de sátiros y cariátides. Sobre las dos puertas laterales existen sendas inscripciones conmemorativas de la fecha de construcción. Desde el suelo tiene seis órdenes de ventanas. Las del piso principal adornadas con frontispicios triangulares y semicirculares alternativamente y sobre la del medio hay un escudo real sostenido por dos famas con clarines".

El célebre cronista madrileño don Ramón Mesonero Romanos, (La Aduana 1836), también se lamenta de su emplazamiento. Para Mesonero Romanos, la fachada principal "es ciertamente digna de un artista tan acreditado y sorprende agradablemente por la armonía y belleza de su conjunto".

Pascual Madoz, en su diccionario no sólo describe la fachada, sino el interior, del que dice no desmerece al exterior. "Entrando por las puertas de los costados se pasa a dos patios cuadrados con cinco vanos por banda, entre los cuales se halla la escalera, que empieza en dos ramales simétricos, que salen a una mesilla general, desde la que arranca un solo ramal, que termina en el plano del cuarto principal, continuando en la misma forma y distribución hasta los pisos altos". Madoz se lamenta también de la ubicación del edificio, "pues debería estar aislado, en cuyo caso no hay duda de que sería uno de los primeros edificios de Europa, atendido lo elegante de su arquitectura y sus grandes dimensiones".


Por Real Decreto 326/1998, de 27 de febrero (B.O.E. de 13 de marzo), se declara bien de interés cultural, con categoría de monumento el edificio de la antigua Real Casa de la Aduana y edificio anejo que incorpora la portada del palacio del Marqués de Torrecilla, inmuebles en los que actualmente tiene su sede el Ministerio de Economía y Hacienda.

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